Lea
Era una típica tarde de domingo; había salido a cenar con mi mamá y mis hermanos cuando lo conocí, el hombre que cambiaría mi vida para siempre. En cuanto nuestras miradas se cruzaron desde el otro lado del restaurante, hubo una chispa innegable entre nosotros.
Yo estaba cenando con mi familia, y él estaba trabajando ahí cuando su compañero prometió comprarme un trago de tequila, pero nunca lo hizo. Cuando le pregunté a Jesús sobre su compañero y el trago que nunca llegó, él me preguntó si podía invitarme uno. ¡Y así lo hizo! Me compró un trago de Fortaleza Blanco, y un poco después, fingí ir al baño solo para ir a buscarlo y pedirle su número. Esa noche nos escribimos mensajes y al día siguiente tuvimos nuestra primera cita.
En nuestra primera cita, yo estaba seriamente mal vestida con una blusa de estampado de leopardo y jeans, mientras él se veía impecable. Nunca me había sentido tan avergonzada en mi vida, pero comenzamos a conversar durante la cena y, antes de darnos cuenta, habían pasado horas. Nos reímos, compartimos historias, y conectamos en un nivel que se sentía tan natural y sin esfuerzo. Claro, con un par de tequilas. Fuimos los últimos en salir del restaurante, pero fue uno de esos momentos en los que parecía que nos conocíamos desde hacía años. Ahí fue cuando supe que sería mi mejor amigo y el amor de mi vida

Jesús
Una tarde de domingo, mientras trabajaba en un restaurante en “El Segundo, California”, el destino decidió presentarme al amor de mi vida. Era un día tranquilo, casi vacío, y justo cuando me asomé a la entrada, la vi. Ella bajaba hacia el restaurante acompañada de su familia, luciendo unos jeans y una blusa blanca que aún puedo imaginar con claridad. Desde ese instante, algo en mí supo que ella era especial.
Recé en silencio para que el azar la guiara a mi sección, y el universo me escuchó. Se sentó en mi mesa, aunque mis compañeros intentaron adelantarse. Pero al final, el momento fue mío. Entre risas y miradas, le ofrecí un tequila, y ella, con una sonrisa encantadora, me invitó a acompañarla en el brindis. Fue el inicio de una conversación y un ligero coqueteo que fluyó como si nos conociéramos de siempre.
Antes de que pudiera reunir el valor para pedirle su número, fue ella quien, con una confianza mágica, me lo ofreció. Esa misma noche supe que no sería la última vez que nos veríamos. Nuestra primera cita al día siguiente fue perfecta: tequila, buena comida y una conexión tan natural que parecía escrita en las estrellas.
Me di cuenta de que estaba frente a la mujer que siempre había buscado, alguien con quien compartir sueños, risas y, algún día, una familia. Mujeres como ella no aparecen todos los días. Ella es mi siempre, mi hogar, y mi razón para creer en el amor. Ella es simplemente el amor de mi vida!